
Poniendo las cartas sobre la mesa -sin ademán de clarividencia- con cada una de sus figuras y colores a la vista ciega de quienes prefieren seguir adelante con anteojeras a modo de animal de doma o ver en blanco y negro la belleza de la pluralidad cromática...
Reconozco que sólo sé que no sé nada y en esta ignorancia me debato en dar lecciones aprendidas por golpes, caídas y resbalones; amagos, zancadillas y persecuciones del mal atino por dar peor resolución a crasas decisiones que finalmente resuelvo apretando las tuercas de la maquinaria que de forma ambivalente vierte lágrimas o sonrisas.
Sí, si la línea recta es el trazado más sencillo para recorrer la distancia entre dos puntos, nuestra existencia es un bucle entre la vida debida y concedida, un huracán de experiencias de las que personalmente suelo tener más en cuenta los desperfectos y así vislumbrar los resquicios de algo denominado felicidad, un puro estado de azar.
Este es mi modo operandis y por ende creo el más válido para obtener respuesta a mis plegarias de piedad. Mi paso por las tablas de esta pasarela son sigilosas, una procesión de lamentos por ignominia de una humanidad deshumanizada; a mitad de camino supe los pies trazarían la dirección pero no podrían dibujar un destino más alentador. Una imagen y mil palabras azotan cualquier esperanza, que espera sin desesperar cuenta atrás.
Una balanza universal que con el paso de los años, horas, minutos y segundos celebrados en la puerta del sol surcan los pliegues del ceño fruncido y comisuras de esta incrédula idealista. A favor me da la razón la erosión del adoquín de la plaza del arrabal, fuego, palo y cuchillo, trueque para los transeúntes, centro de ejecuciones y otras celebraciones. Testigo del garbo del paso apresurado de alpargatas, herraduras y ahora tacones, goma recauchutada y cuerpos retozando a la suerte de la inconsciencia propia de ambas épocas, el esperpento.
Una balanza universal que con el paso de los años, horas, minutos y segundos celebrados en la puerta del sol surcan los pliegues del ceño fruncido y comisuras de esta incrédula idealista. A favor me da la razón la erosión del adoquín de la plaza del arrabal, fuego, palo y cuchillo, trueque para los transeúntes, centro de ejecuciones y otras celebraciones. Testigo del garbo del paso apresurado de alpargatas, herraduras y ahora tacones, goma recauchutada y cuerpos retozando a la suerte de la inconsciencia propia de ambas épocas, el esperpento.
De esto puedo sacar una conclusión en positivo, no me siento tan sola ni apartada de esta marabunta, a veces en esta jungla pequeños detalles brillan como piedras preciosas en los nidos de las urracas.
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