
Es una evidencia oculta por un velo de conformismo casual que los animales también se suicidan. Ha sido a través de una ardua investigación por la cual he podido saber de primera mano la situación de los animales que habitan la huerta de la España profunda; cuestionando al equipo de servicio de limpieza de las vías y aceras he podido confirmar que recientemente el número de animales muertos en las carreteras ha aumentado drásticamente desde que la crisis azotara al mundo entero.
Estas muertes por muy raro que parezcan no son accidentales, la fauna padece como el que más por tener más patas que sostengan su pena, por ello se lanzan precipitadamente ante los vehículos que pasan velozmente cruzando llanuras y valles. Caí en la cuenta cuando hace poco un conejo quiso ser embestido por mi auto y ante mi hábil conducción que esquivó su tentativa quedó paralizado en la vía y retrocedió a la espera de otra oportunidad para acabar con su mala suerte.
Es difícil imaginar los motivos que pueden llevar a estos seres vivos a acabar con la vitalidad de su ser por no decir imposible. He tratado de confirmar entrevistas en las madrigueras próximas a las A-4 para desvelar estos razonamientos, pero el pánico cunde en todos los hogares de la comarca, que tratan de huir de esta realidad como si de la misma peste se tratara. Se debe una epidemia, es una locura cada vez más extendida, braman unos y otros. La solución al problema aún no ha sido evaluada por la Consejería de Medioambiente, más interesada en las nuevas tecnologías para paliar las emisiones de CO2 en la atmósfera. Una ironía cuando los habitantes de la tierra no quieren respirar más.
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